domingo, 7 de agosto de 2016

CON NOMBRE Y APELLIDO: FAMILIAS Y FRONTERA PENQUISTA.

Para nadie es un misterio que Concepción es una de las tantas ciudades dentro de un pasado ligado a la Frontera, nombre que se ha dado a nuestro territorio como una forma de perpetuar la existencia de una realidad cultural alterna a la de otros centros urbanos y/o zonas geográficas de Chile, sobre todo haciendo alusión a nuestro pasado bélico y a la diferenciación que se quiso hacer entre el mundo hispano versus el área dominada por los araucanos (llamados mapuches desde fines del siglo XIX), y más tarde durante los albores de la república, diferenciándolo entre el área donde vivían los chilenos versus lo habitado por los indígenas.
En ese contexto, en épocas de la Conquista y la Colonia, una de los modos de diferenciación respecto del mundo aborigen por parte de los españoles y sus descendientes (criollos) fue hacer gala y ostentación de uno de nuestros únicos “bienes propios”: el apellido. Por tradición, los españoles – particularmente dentro del concierto de la Europa de la Edad Moderna – fue el reino donde se dio más importancia a esta cuestión, lo que ha quedado en el inconsciente colectivo, algo que el padre Gabriel Guarda llamó el prurito nobiliario.

“Que trata sobre los orígenes de los apellidos…”
Los apellidos surgen en Europa (España incluida) entre los siglos XII y XIII de nuestra era, por la necesidad de identificar a individuos que tenían el mismo nombre propio, por ejemplo, Gonzalo, Enrique, Pero (Pedro), Sancho, etc. De esta situación nacen los apellidos patronímicos, es decir, que su raíz es un nombre propio (de pater = padre). Así, Gonzalo derivó en González (“hijo de Gonzalo”), Enrique en Enríquez, Pero en Pérez, Sancho en Sánchez, etc. Del mismo modo, surgieron apellidos ligados a oficios (Herrero/a; Zapatero; Cantero, etc.), partes o características del cuerpo humano (Oreja, Cabeza, Rubio, Delgado, etc.), accidentes geográficos (Valle, del Río, Montaña, etc.), cuestión que fue común denominador en otros idiomas; por ejemplo: Rivera en castellano, Ribeira en gallego, Ribera en catalán, es lo mismo que Ibarra en vasco, pues hace alusión a lo mismo: una ribera de río. Con el descubrimiento de América (1492) y la consecuente migración hispana a nuestro continente, esta tradición pasó a este lado del Atlántico, incluyendo en ella a los escudos de armas que los identificaban.

Escudo del I Marqués de Taracena, el capitán don
Carlos de Ibarra y Barresi (1587 - 1637), que, pese al alcance de nombre,
nada  tiene que ver con el autor de este artículo.
Aquí cabe hacer una acotación importante: suele decirse (y ofrecerse comercialmente el día de hoy) un escudo de armas ligado a un apellido. La verdad es que, si bien hay escudos para casi todos ellos, esto no implica que el que aparezca dibujado en un libro o en internet sea el suyo o el mío: es el de una familia, generalmente de origen noble (a veces o no), que recibió el escudo en merced (“regalo”) de parte del rey o del señor feudal como un símbolo que lo identificara socialmente. La pregunta es: ¿desciende usted de esa familia que tiene ese escudo? Si bien en tiempos donde surgieron los escudos de armas estos fueron manufacturados por familias de todos los estratos sociales, con el tiempo esta labor quedó reservada a la nobleza. De cualquier modo, para llegar a saber si corresponde a una familia debe realizarse, sí o sí, una investigación genealógica, esto es, averiguar el nombre y procedencia de sus ascendientes (ancestros), y recién ahí comprobar si existe algún nexo con el escudo de armas. Por ende, que no le pasen gato por liebre. En esta labor ayuda mucho en Chile lo hecho por la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (“mormones”) que han digitalizado mucho material (www.familysearch.org). Ellos tienen microfilmados los libros donde parroquiales donde se registraron los tres eventos vitales manejados por la Iglesia Católica: bautismo, casamiento y sepultación (entierros). Igualmente, existen sitios web de grupos dedicados seriamente a la investigación genealógica, caso de chilegenea (de Yahoo! Groups), y otros que ya tienen una buena base de datos disponible on line (www.genealog.cl; www.genealogiachilenaenred.cl).

El caso de los apellidos en Chile.
Como bien es sabido, en Chile el apellido más común es González. Pero una cosa es decilo y otra comprobarlo. El patronímico González, encabeza la lista de los 15.041 cognómenes que existen en nuestro país (al 2011). En una estadística elaborada por el Servicio de Registro Civil e Identificación (2008), los González eran 741.388 personas, seguidas por los Muñoz (578.673), Rojas (413.897), Díaz (410.802) y Pérez (326.867), cifras bastante confiables si consideramos que la base de datos de la cual salió la información contaba con una “muestra” de 15.208.580 de individuos. Cabe señalar que según cálculos de la misma institución 8.208.975 personas se han inscrito con el apellido González desde 1885 – fecha de creación de esta repartición estatal – hasta el 2011.

Los apellidos de la zona penquista.
Según un estudio de la misma institución (2011) en base a los nacimientos inscritos ese año, en la región del Biobío hubo 478 Muñoz, 331 González y 102 Sepúlveda, seguido por 215 Jara, y 204 Riquelme. Por extensión, se determina que éstas son las familias más numerosas en Concepción, capital regional.
De los González y su historia, podemos decir que existen varias ramas de este apellido. Según el sitio web www.genealog.cl, administrado por Mauricio Pilleux, a nuestra zona llegaron los González de Rivera (remontada al siglo XVII) y los González de las Barreras (siglo XVII) ésta última oriunda de Tortosa (Cataluña) contando entre sus descendientes a algunos diputados, ministros de Estado e importantes hacendados, todos los cuales enlazaron por matrimonio con otros clanes de igual situación socioeconómica tales como los Urrejola, los Urrutia Mendiburu, y los Martínez de Rozas, entre otros, contando con numerosa sucesión. Como la familia en sí es tan grande, determinar algún grado de parentesco de los lectores de este artículo con estas dos familias dependerá de una investigación.

Escudo en piedra de una familia de apellido González en España
que fue beneficiada con la confección de dicho escudo.
Entre los Muñoz de Concepción, está Francisco Muñoz de Torre, madrileño de Ranera, Guadalajara, y quien llegó en 1692 con el Oidor (integrante de la Real Audiencia) Diego de Zúñiga. De este Muñoz descienden los Marqueses de Bella Vista. Falleció en Concepción cuando la ciudad estaba sita en Penco.
Los Sepúlveda de la zona, descienden de la familia de origen sevillano Leiva Sepúlveda, afincada en Chillán y ramificada en la región. Llegado en 1583, Antonio de Leiva Sepúlveda es considerado el antecedente más antiguo de este apellido en Chile, aunque claro está, no es el fundador de todas las familias Sepúlveda del país ni de la zona. Estos Sepúlveda han aportado con miembros en el ejército, la Corte Suprema, religiosas, entre otras actividades.
En cuanto a los Jara, las familias más antiguas de este apellido en la zona se remontan al siglo XVII, liderados por don Francisco Martínez de la Jara Villaseñor de una parte, y la descendencia de Domingo de la Jara González de la Rivera por otra. Entre ellos hubo soldados, diputados, comerciantes, entre otros oficios.
Por último, en este breve resumen, ha de mencionarse a la importante familia de los Riquelme, cuyos orígenes nos hacen viajar a la Sevilla del siglo XVI, con la llegada de Francisco Riquelme de la Barrera a Chile, y quien se asentó en Chillán. Entre sus descendientes está María Isabel Riquelme Meza, madre de Bernardo O’Higgins, prócer de nuestra independencia.

Los apellidos araucanos.
En el caso de los apellidos mapuches existe una gran particularidad: la vigencia de ellos es muy reciente (tanto como la segunda mitad del siglo XX en muchos casos). Los araucanos no tenían la concepción de “apellidos” que traían consigo los españoles, sino que daban un nombre propio a las personas de acuerdo con características que se atribuían al individuo que lo poseía. Por ejemplo: Millacura, “piedra dorada”; Huenchumán, “hombre cóndor”; Villacura, “serpiente de piedra”. Hoy nos suenan a “apellidos”, pero en su origen no lo eran: fueron la Corona de España así como, más tarde, el Estado de Chile quienes exigieron que pasaran a ser apellidos colocándole antes nombres “cristianos” a los indígenas. El caso es interesante pues cada vez más entre los araucanos se tiene conciencia de la importancia de conocer qué quisieron decir sus ancestros al ponerle ese nombre y, más tarde, se ha valorado la fuerza que implica poseer tal o cual apellido.

El aporte extranjero.
Si bien estos apellidos y familias referidas son las más importantes, cabe señalar que en muchos casos ello no es indicativo de un parentesco directo con los ciudadanos “comunes” (esto es, que no pertenecen a la élite, endogámicamente cerrada). Las continuas oleadas migratorias de un territorio de fronteras abiertas como lo ha sido tradicionalmente Chile, ha permitido que muchas familias de distintos países hayan llegado a vivir en estas tierras desde el Viejo continente: españoles (durante el siglo XIX y XX), alemanes, italianos, franceses, daneses, sirios, etc., han contribuido en ello; mientras que desde nuestra América han migrado argentinos, peruanos, colombianos, venezolanos, sobre todo en los últimos años, todos los cuales han engrosado nuestra ya nutrida amplia gama de culturas en suelo patrio, lo que a veces ha sido motivo de un innecesario descontento de nuestra parte, a veces por creernos superiores dentro de nuestro subcontinente Latinoamericano, cuando en realidad somos un crisol de etnias, como lo demostró un estudio reciente (2014) señalando que los habitantes de la región del Biobío tenían – en promedio – un componente genético de un 51% europeo, 45% indígena y 3% africano, es decir, nuestro evidente mestizaje, presente en el 99% de nuestra población, nos hace pensar que aquello que alguna vez pensaron nuestros ancestros, eso de escudarse en el apellido para hacer distinción social, hoy no debiera tener – pero, lamentablemente, la sigue teniendo – la misma vigencia que hace dos siglos atrás. Pensemos en ellos como lo que fueron, el ejemplo que podemos rescatar de su esfuerzo, de su trabajo por sacar adelante a sus familias, no por haber obtenido o no un título nobiliario (que, por cierto, tuvo y exigió méritos también);  recordémoslos con aprecio, admiremos sus logros, pues muchas veces nuestro padres, abuelos y bisabuelos, que eran conocidos por sus nombres propios y apellidos, en muchos casos también no son recordados por ellos, sino que por sus oficios (¡además de los sobrenombres!), lo cual es muy lógico si pensamos que del trabajo que ellos desarrollaron en vida lograron servirse muchas personas y, de este modo, satisfacer alguna que otra necesidad, todo lo cual ha contribuido a la formación de nuestra particular comunidad (común – unidad) que desde hace siglos ha venido acogiendo a nuestras familias, la de los penquistas, bien llamados también sujetos fronterizos.

(c) Carlos Eduardo Ibarra Rebolledo. Académico Pedagogía en Historia, Universidad San Sebastián, sede Concepción.Una versión más breve de este trabajo fue publicada en La Estrella de Concepción el 16 de julio de 2016, p. 2.
CON NOMBRE Y APELLIDO: FAMILIAS Y FRONTERA PENQUISTA.

Para nadie es un misterio que Concepción es una de las tantas ciudades dentro de un pasado ligado a la Frontera, nombre que se ha dado a nuestro territorio como una forma de perpetuar la existencia de una realidad cultural alterna a la de otros centros urbanos y/o zonas geográficas de Chile, sobre todo haciendo alusión a nuestro pasado bélico y a la diferenciación que se quiso hacer entre el mundo hispano versus el área dominada por los araucanos (llamados mapuches desde fines del siglo XIX), y más tarde durante los albores de la república, diferenciándolo entre el área donde vivían los chilenos versus lo habitado por los indígenas.
En ese contexto, en épocas de la Conquista y la Colonia, una de los modos de diferenciación respecto del mundo aborigen por parte de los españoles y sus descendientes (criollos) fue hacer gala y ostentación de uno de nuestros únicos “bienes propios”: el apellido. Por tradición, los españoles – particularmente dentro del concierto de la Europa de la Edad Moderna – fue el reino donde se dio más importancia a esta cuestión, lo que ha quedado en el inconsciente colectivo, algo que el padre Gabriel Guarda llamó el prurito nobiliario.

“Que trata sobre los orígenes de los apellidos…”
Los apellidos surgen en Europa (España incluida) entre los siglos XII y XIII de nuestra era, por la necesidad de identificar a individuos que tenían el mismo nombre propio, por ejemplo, Gonzalo, Enrique, Pero (Pedro), Sancho, etc. De esta situación nacen los apellidos patronímicos, es decir, que su raíz es un nombre propio (de pater = padre). Así, Gonzalo derivó en González (“hijo de Gonzalo”), Enrique en Enríquez, Pero en Pérez, Sancho en Sánchez, etc. Del mismo modo, surgieron apellidos ligados a oficios (Herrero/a; Zapatero; Cantero, etc.), partes o características del cuerpo humano (Oreja, Cabeza, Rubio, Delgado, etc.), accidentes geográficos (Valle, del Río, Montaña, etc.), cuestión que fue común denominador en otros idiomas; por ejemplo: Rivera en castellano, Ribeira en gallego, Ribera en catalán, es lo mismo que Ibarra en vasco, pues hace alusión a lo mismo: una ribera de río. Con el descubrimiento de América (1492) y la consecuente migración hispana a nuestro continente, esta tradición pasó a este lado del Atlántico, incluyendo en ella a los escudos de armas que los identificaban.

Escudo del I Marqués de Taracena, el capitán don
Carlos de Ibarra y Barresi (1587 - 1637), que, pese al alcance de nombre,
nada  tiene que ver con el autor de este artículo.
Aquí cabe hacer una acotación importante: suele decirse (y ofrecerse comercialmente el día de hoy) un escudo de armas ligado a un apellido. La verdad es que, si bien hay escudos para casi todos ellos, esto no implica que el que aparezca dibujado en un libro o en internet sea el suyo o el mío: es el de una familia, generalmente de origen noble (a veces o no), que recibió el escudo en merced (“regalo”) de parte del rey o del señor feudal como un símbolo que lo identificara socialmente. La pregunta es: ¿desciende usted de esa familia que tiene ese escudo? Si bien en tiempos donde surgieron los escudos de armas estos fueron manufacturados por familias de todos los estratos sociales, con el tiempo esta labor quedó reservada a la nobleza. De cualquier modo, para llegar a saber si corresponde a una familia debe realizarse, sí o sí, una investigación genealógica, esto es, averiguar el nombre y procedencia de sus ascendientes (ancestros), y recién ahí comprobar si existe algún nexo con el escudo de armas. Por ende, que no le pasen gato por liebre. En esta labor ayuda mucho en Chile lo hecho por la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (“mormones”) que han digitalizado mucho material (www.familysearch.org). Ellos tienen microfilmados los libros donde parroquiales donde se registraron los tres eventos vitales manejados por la Iglesia Católica: bautismo, casamiento y sepultación (entierros). Igualmente, existen sitios web de grupos dedicados seriamente a la investigación genealógica, caso de chilegenea (de Yahoo! Groups), y otros que ya tienen una buena base de datos disponible on line (www.genealog.cl; www.genealogiachilenaenred.cl).

El caso de los apellidos en Chile.
Como bien es sabido, en Chile el apellido más común es González. Pero una cosa es decilo y otra comprobarlo. El patronímico González, encabeza la lista de los 15.041 cognómenes que existen en nuestro país (al 2011). En una estadística elaborada por el Servicio de Registro Civil e Identificación (2008), los González eran 741.388 personas, seguidas por los Muñoz (578.673), Rojas (413.897), Díaz (410.802) y Pérez (326.867), cifras bastante confiables si consideramos que la base de datos de la cual salió la información contaba con una “muestra” de 15.208.580 de individuos. Cabe señalar que según cálculos de la misma institución 8.208.975 personas se han inscrito con el apellido González desde 1885 – fecha de creación de esta repartición estatal – hasta el 2011.

Los apellidos de la zona penquista.
Según un estudio de la misma institución (2011) en base a los nacimientos inscritos ese año, en la región del Biobío hubo 478 Muñoz, 331 González y 102 Sepúlveda, seguido por 215 Jara, y 204 Riquelme. Por extensión, se determina que éstas son las familias más numerosas en Concepción, capital regional.
De los González y su historia, podemos decir que existen varias ramas de este apellido. Según el sitio web www.genealog.cl, administrado por Mauricio Pilleux, a nuestra zona llegaron los González de Rivera (remontada al siglo XVII) y los González de las Barreras (siglo XVII) ésta última oriunda de Tortosa (Cataluña) contando entre sus descendientes a algunos diputados, ministros de Estado e importantes hacendados, todos los cuales enlazaron por matrimonio con otros clanes de igual situación socioeconómica tales como los Urrejola, los Urrutia Mendiburu, y los Martínez de Rozas, entre otros, contando con numerosa sucesión. Como la familia en sí es tan grande, determinar algún grado de parentesco de los lectores de este artículo con estas dos familias dependerá de una investigación.

Escudo en piedra de una familia de apellido González en España
que fue beneficiada con la confección de dicho escudo.
Entre los Muñoz de Concepción, está Francisco Muñoz de Torre, madrileño de Ranera, Guadalajara, y quien llegó en 1692 con el Oidor (integrante de la Real Audiencia) Diego de Zúñiga. De este Muñoz descienden los Marqueses de Bella Vista. Falleció en Concepción cuando la ciudad estaba sita en Penco.
Los Sepúlveda de la zona, descienden de la familia de origen sevillano Leiva Sepúlveda, afincada en Chillán y ramificada en la región. Llegado en 1583, Antonio de Leiva Sepúlveda es considerado el antecedente más antiguo de este apellido en Chile, aunque claro está, no es el fundador de todas las familias Sepúlveda del país ni de la zona. Estos Sepúlveda han aportado con miembros en el ejército, la Corte Suprema, religiosas, entre otras actividades.
En cuanto a los Jara, las familias más antiguas de este apellido en la zona se remontan al siglo XVII, liderados por don Francisco Martínez de la Jara Villaseñor de una parte, y la descendencia de Domingo de la Jara González de la Rivera por otra. Entre ellos hubo soldados, diputados, comerciantes, entre otros oficios.
Por último, en este breve resumen, ha de mencionarse a la importante familia de los Riquelme, cuyos orígenes nos hacen viajar a la Sevilla del siglo XVI, con la llegada de Francisco Riquelme de la Barrera a Chile, y quien se asentó en Chillán. Entre sus descendientes está María Isabel Riquelme Meza, madre de Bernardo O’Higgins, prócer de nuestra independencia.

Los apellidos araucanos.
En el caso de los apellidos mapuches existe una gran particularidad: la vigencia de ellos es muy reciente (tanto como la segunda mitad del siglo XX en muchos casos). Los araucanos no tenían la concepción de “apellidos” que traían consigo los españoles, sino que daban un nombre propio a las personas de acuerdo con características que se atribuían al individuo que lo poseía. Por ejemplo: Millacura, “piedra dorada”; Huenchumán, “hombre cóndor”; Villacura, “serpiente de piedra”. Hoy nos suenan a “apellidos”, pero en su origen no lo eran: fueron la Corona de España así como, más tarde, el Estado de Chile quienes exigieron que pasaran a ser apellidos colocándole antes nombres “cristianos” a los indígenas. El caso es interesante pues cada vez más entre los araucanos se tiene conciencia de la importancia de conocer qué quisieron decir sus ancestros al ponerle ese nombre y, más tarde, se ha valorado la fuerza que implica poseer tal o cual apellido.

El aporte extranjero.
Si bien estos apellidos y familias referidas son las más importantes, cabe señalar que en muchos casos ello no es indicativo de un parentesco directo con los ciudadanos “comunes” (esto es, que no pertenecen a la élite, endogámicamente cerrada). Las continuas oleadas migratorias de un territorio de fronteras abiertas como lo ha sido tradicionalmente Chile, ha permitido que muchas familias de distintos países hayan llegado a vivir en estas tierras desde el Viejo continente: españoles (durante el siglo XIX y XX), alemanes, italianos, franceses, daneses, sirios, etc., han contribuido en ello; mientras que desde nuestra América han migrado argentinos, peruanos, colombianos, venezolanos, sobre todo en los últimos años, todos los cuales han engrosado nuestra ya nutrida amplia gama de culturas en suelo patrio, lo que a veces ha sido motivo de un innecesario descontento de nuestra parte, a veces por creernos superiores dentro de nuestro subcontinente Latinoamericano, cuando en realidad somos un crisol de etnias, como lo demostró un estudio reciente (2014) señalando que los habitantes de la región del Biobío tenían – en promedio – un componente genético de un 51% europeo, 45% indígena y 3% africano, es decir, nuestro evidente mestizaje, presente en el 99% de nuestra población, nos hace pensar que aquello que alguna vez pensaron nuestros ancestros, eso de escudarse en el apellido para hacer distinción social, hoy no debiera tener – pero, lamentablemente, la sigue teniendo – la misma vigencia que hace dos siglos atrás. Pensemos en ellos como lo que fueron, el ejemplo que podemos rescatar de su esfuerzo, de su trabajo por sacar adelante a sus familias, no por haber obtenido o no un título nobiliario (que, por cierto, tuvo y exigió méritos también);  recordémoslos con aprecio, admiremos sus logros, pues muchas veces nuestro padres, abuelos y bisabuelos, que eran conocidos por sus nombres propios y apellidos, en muchos casos también no son recordados por ellos, sino que por sus oficios (¡además de los sobrenombres!), lo cual es muy lógico si pensamos que del trabajo que ellos desarrollaron en vida lograron servirse muchas personas y, de este modo, satisfacer alguna que otra necesidad, todo lo cual ha contribuido a la formación de nuestra particular comunidad (común – unidad) que desde hace siglos ha venido acogiendo a nuestras familias, la de los penquistas, bien llamados también sujetos fronterizos.

(c) Carlos Eduardo Ibarra Rebolledo. Académico Pedagogía en Historia, Universidad San Sebastián, sede Concepción.Una versión más breve de este trabajo fue publicada en La Estrella de Concepción el 16 de julio de 2016, p. 2.