jueves, 29 de mayo de 2014

La erupción del volcán Calbuco de 1893 a 1895 (2ª parte y final).

La ciudad de Puerto Montt hacia fines de 1893, vivía atenta al comportamiento del volcán Calbuco, toda vez que desde febrero de ese año seguía en franca erupción, si bien la mayor parte de las localidades afectadas estaban cerca al macizo. Sin embargo, el 29 de noviembre se desató una violenta erupción de ceniza, lo que la hizo ascender por la fuerza de la misma, luego de lo cual sobrevino el rápido descenso de la nube que se formó como consecuencia del fenómeno, llegando a la capital de la provincia de Llanquihue, lo que generó gran pavor entre la gente. Según Carlos Martin “de muchos ánimos, principalmente de [las] mujeres, se apoderó el miedo. Y ya las calles quedaban tan oscuras que los transeúntes no encontraban su camino, hasta el extremo que unos tropezaban con otros o con los palos de los faroles, sucedía a menudo que algunos perdían la vereda, otros chocaban con la pared de una casa”. Martin continuaba describiendo que “ya la nube de polvo volcánico había alcanzado el nivel de la tierra y del mar. Se deshizo en una lluvia silbadora, pesada, aguda, punzante, dolorida, primero de piedras menuditas, después de arenilla, al fin del polvo más fino que se puede imaginar. (…). Todo objeto estaba cubierto por una capa de polvo ceniciento (…) como el polvo fino que cayó al fin y que siguió cayendo en menor cantidad durante unos días más (…). Por supuesto todos los techos estaban cubiertos de este polvo. (…) El mismo polvo cubrió la ropa y pasaron semanas sin que se pudiera borrar sus restos, llenó los bigotes de los hombres, el pelo de las mujeres, y era rebelde al lavado”. Según este médico el fenómeno de oscuridad cubrió un radio máximo de 60 kilómetros hacia el oeste.
Durante los meses que duró el evento, localidades como Ralún, Ensenada y La Poza fueron despobladas, así como todos los sectores cercanos al río Petrohué y la ensenada del Reloncaví, lugares que vieron destruidas sus cosechas y muerto su ganado. Los bosques cercanos fueron quemados, es decir, hubo una gran destrucción en áreas cercanas al gigante dormido.
En cuanto al minucioso detalle de la destrucción generada por la erupción del volcán, ello lo sabemos – por asombroso que parezca – gracias al testimonio de varios que, arriesgando su vida e integridad física, realizaron peligrosas expediciones cuando el volcán aún estaba haciendo erupción. De esas expediciones podemos rescatar el testimonio del profesor alemán residente entonces en Osorno Osvaldo Heinrich quien en compañía de tres colonos más llegó hasta uno de los cráteres del volcán. Heinrich señaló respecto a ese momento en particular: “de repente se abre delante de nosotros el cráter, y como encantados quedamos parados para mirar las gruesas masas de vapor que salen sin cesar de sus grietas”.
Hasta noviembre de 1894 y fines de febrero de 1895, todavía se veían llamaradas en el cráter y solfataras en la laderas del lado este, lo que Carlos Martin aseguraba pues él mismo fue testigo de ello en una de las tantas expediciones que se originaron como consecuencia de esta erupción. Hacia 1895 la erupción ya había amainado completamente.
Afortunadamente para nosotros, la mayor parte de las cenizas en las últimas erupciones del Calbuco después de la de 1893 – 1895 han ido a parar a la cordillera pero, paralelamente y en forma muy desafortunada, ha afectado a poblados y ciudades de la hermana república Argentina, tal como lo vimos hace un par de años atrás cuando hizo erupción el cordón Caulle (ladera del volcán Lonquimay) o cuando hace 8 años hizo lo propio el Chaitén, lo que no quita que exista un área de riesgo en las cercanías del Calbuco, sobre cuya base SERNAGEOMIN ha elaborado mapas con el fin de dar a conocer dichas zonas.
No está demás recordar que la naturaleza expresa su fuerza a través de lluvias, vientos, terremotos, maremotos y erupciones volcánicas. Ninguna de esas opciones es una excepción en nuestra angosta y larga faja de tierra. Válido es, por lo tanto, recordar estos hechos ya que ello nos ayuda a concientizarnos en torno a los peligros y riesgos que acompañan a estos fenómenos, información que debe estar disponibles frente a una eventualidad eruptiva que, vale señalar, solo la madre Tierra sabrá cuándo hará presente en nuestra vida cotidiana ya que, nunca debemos olvidar que nuestro planeta no es una parte de una naturaleza muerta sino que en realidad – según algunos geólogos – es un gran ser vivo que actúa y se comporta con propia voluntad, impredecible y poderosamente. Y aunque a nosotros nos resulte difícil de comprender, el vulcanismo reúne dos condiciones ambivalentes: para nosotros es un evento destructivo, desastroso y mortífero. Al contrario, para la naturaleza es un evento constructivo, creativo e inevitable ya que a la vez que el movimiento de placas tectónicas destruye las rocas que son absorbidas una bajo las otras (subducción), los volcanes crean nuevos territorios, tanto en los continentes como en el océano, por medio de la ceniza y la lava. Crea, en fin, nuevas tierras, islas, lagos y tras varios años, hermosos paisajes que hoy nosotros podemos disfrutar. De lo contrario, no tendríamos ni lago Llanquihue, ni lago Todos los Santos, ni estero Reloncaví, ni lago Chapo, etc. verdaderas joyas de nuestros paisajes locales. Aunque suene paradójico, y esto en perspectiva geohistórica, a ellos también habría que darles las gracias por crear la tierra donde hoy estamos viviendo.

 
© Carlos Eduardo Ibarra Rebolledo
Magister en Historia mención Historia de Chile.
Docente Pedagogía de Enseñanza Media en Historia y Geografía, Universidad San Sebastián.

domingo, 25 de mayo de 2014

La erupción del volcán Calbuco de 1893 a 1895 (1ª parte).


Para muchos sólo forma parte de nuestro paisaje habitual. Para muchos de los que viven en su cercanía nunca lo han visto “despierto”. Desde hace 42 años que el volcán Calbuco (ó Quillaype) no ha generado sospechas frente a una eventual erupción. Eso nos hace incorporarlo como un miembro pasivo de nuestro paisaje turístico, ignorando, muchas veces, qué ha hecho antes este hogar de los “negen winkul” y “pillanes” mapuches, aunque sí tenemos conciencia del potencial de una erupción de este tipo en los dramáticos ejemplos del cordón Caulle (2011) y, peor aún, en el caso del – hasta entonces – desconocido volcán Chaitén (2008), nuestro propio Vesubio.
Pero para el Servicio Nacional de Geología y Minería (SERNAGEOMIN) la aparente pasividad de nuestro eruptivo vecino no es real. El 3 de mayo último, esta repartición pública emitió un informe donde destacaba a nuestro macizo gigante como uno de los 10 volcanes más activos de Chile, quedando el Calbuco en el tercer lugar. Pero, ¿qué sabemos de la historia eruptiva de esta caldera?
Según los datos del SERNAGEOMIN y del Archivo Nacional de Volcanes (www.archivonacionaldevolcanes.cl), el Calbuco tiene un registro histórico que se remonta a una actividad eruptiva a fines del siglo XVIII (1792), aunque los testimonios no nos dan mucha seguridad este evento. Con más certeza, existen estudios científicos que avalan erupciones cíclicas en tiempos más recientes desde fines del siglo XIX hasta 1972. De este modo podemos agregar las erupciones de 1893 – 1895, 1906 – 1907, 1909, 1911, 1917, 1929, 1932, 1945 y 1961. De todas ellas, una de las más recordadas es la de 1961, pues se asocia generalmente a que fue una consecuencia del terremoto de 1960 que asoló el sur de Chile. 


Erupción de 1961. Fotografía
de Kurt Grassau.
Pero si bien fue una erupción de gran impacto visual, sus consecuencias no son comparables con otra anterior y que ha sido olvidada por todos: la del trienio 1893 – 1895, es decir hace 120 años atrás, descrita por los mismos estudiosos de nuestro vecino gigante, como “la más destructiva”.
Buena parte de los testimonios sobre ese evento natural se encuentran en los “Anales de la Universidad de Chile”, publicación semestral donde se daba cuenta de los estudios sobre fenómenos naturales que se desarrollaban en distintos puntos del territorio del país. Esa erupción en particular había llamado la atención de varios profesionales de la zona afectada quienes enviaron frecuentes informes a Santiago para ver los aportes a la, por entonces, aún naciente vulcanología chilena. De entre ellos podemos destacar las cartas e informes de Roberto Pöhlmann, Hans Steffen, Oscar von Fischer, Osvaldo Heinrich, Alfonso Nogués y Carlos Martin. Gracias a la descripción cronística a la vez que científica de estas personas, hoy tenemos un claro panorama de lo que se vivió en la zona aledaña al volcán.
Según Carlos Martin, médico residente en Puerto Montt, la erupción del Calbuco de 1893 fue antecedida por temblores, tormentas eléctricas e intensos días de lluvia, que terminaron por provocar un aluvión que hizo trizas algunas casas aledañas a los ríos Hueñu – Hueñu y Blanco (ladera este del volcán), haciendo que el curso del río Petrohué aumentara en tal nivel su caudal que un vaquero que por esos días intentó cruzarlo murió ahogado en sus aguas (enero de 1893). No fue la peor crecida: en abril el fenómeno se repitió, esta vez como consecuencia de la erupción del Calbuco, con consecuencias en la naturaleza así como para quienes vivían allí, arrasando casas, chacras y ganado. Al respecto, Oscar von Fischer señalaba: “Parece que cuando la actividad volcánica (…) alcanzó mayores dimensiones se derritieron repentinamente los extensos campos de nieve que se encontraban en las faldas orientales del volcán. Las aguas bajaron con tal fuerza que en el espacio de más o menos 15 kilómetros arrastraron cuanto se presentaba en el trayecto dejando completamente despejada una cañada que se extiende desde el pie del volcán hasta el río Petrohué y que tiene un ancho que varía entre 300 y 1.000 metros”.
Erupción del Calbuco de 1929.
Fotografía de E. Karl.
En cuanto a la erupción en sí, todos los autores citados coinciden en que comenzó a mediados del mes de febrero del citado año cuando se observaron las primeras nubes de vapor que salían desde el cráter del volcán. A partir del día 16 de dicho mes la situación empeoró en cada nueva jornada. Si bien la primera erupción fue más bien “suave”, ésta comenzó a mostrar su bravura a partir de abril, cuando los colonos del sector de Ensenada y La Poza debieron hacer abandono de sus viviendas debido a una continua lluvia de cenizas y que duró algunos meses, lo que obligó a que los habitantes de Ralún también debieran irse de sus casas. Los estudiosos que se atrevieron a visitar la zona en los días posteriores al inicio del evento, señalaron dentro de las familias afectadas a los Schmincke, Bittner y Rosa, aunque seguramente fueron más. Según describen estos verdaderos cronistas del fenómeno, el 5 de octubre de 1893 hubo una fuerte explosión seguida de una lluvia de piedras calientes y una espesa nube de ceniza que obscureció un área de 10 kilómetros a la redonda. Señalaban igualmente que hacia el 22 de octubre en Puerto Octay no se podía ni siquiera leer a la luz de las lámparas. Según otro colono – de quien sólo se da su apellido (Gädicke) – habitante de Quilanto (al sur de Puerto Octay), la lluvia de ceniza y la consecuente obscuridad llegó también hasta esa zona y otros sectores más lejanos tales como Osorno, San Pablo y Río Bueno.
Otro testimonio lo efectuó el citado Oscar von Fischer quien los días 25 y 26 de octubre efectuó una expedición cuya misión era llegar desde Ensenada a Ralún, pero ello le fue impedido por lo peligroso del camino y la coetánea erupción del volcán que aún no había terminado. Von Fischer quedó impresionado con lo que vio en el punto de inicio de su exploración: “(…) Aunque estábamos preparados para una vista tristísima no se puede escribir la impresión de profunda melancolía que nos causó el paisaje. Plomo y plomo todo. Suelo, casas, piedras y palos, troncos, ramitas y hojas de los árboles y hasta el pasto, todo estaba cubierto de un polvo plomo y finísimo. El menor viento lo levantaba, y en el momento se nos llenaban los ojos, narices, boca y orejas produciéndose una irritación en alto grado molesta”. Según este explorador, el estero La Poza también generó un aluvión de proporciones destruyendo la casa y chacras de la familia Schmincke.
Mientras tanto los puertomontinos seguían su vida habitual – aunque atentos el fenómeno – hasta que el 29 de noviembre de ese año el volcán Calbuco les hizo saber que ellos no quedaban exentos de su accionar.

© Carlos Eduardo Ibarra Rebolledo
Magister en Historia mención Historia de Chile.
Docente Pedagogía de Enseñanza Media en Historia y Geografía, Universidad San Sebastián.
Una versión de este trabajo fue publicada en "El Heraldo Austral" de Puerto Varas del 7 de mayo del 2014.

jueves, 1 de mayo de 2014

Leonor Mascayano Polanco, una mujer visionaria.

Hace 110 años atrás, un 26 de octubre de 1903, en Angol 98, comuna de Concepción, se inauguraba en solemne ceremonia la primera sala de una institución de beneficencia de carácter privado denominada "Sociedad Protectora de la Infancia de Concepción", obra de un grupo de mujeres de la élite penquista y sus familias que desde enero de 1902 estaban buscando fondos y un lugar físico donde llevar a cabo lo que se proponían: ayudar a salvar la vida de, por lo menos, algunos de aquellos niños pobres del Concepción del 1900 que morían cada año por cientos, víctimas del abandono y, principalmente, de las fatales y frecuentes epidemias y enfermedades tales como la alfombrilla, la viruela, la tuberculosis, el cólera, etc. Los médicos de la época se asombraban con cada estadística que se entregaba: nuestra ciudad (Concepción) estaba dentro de aquellas con las más altas tasas de mortalidad infantil de Chile y Latinoamérica (en 1918 de un total de 10.440 nacimientos, fallecieron 2.888 menores de un año en Concepción).
Fue en un contexto de "crisis moral de la República" cuando la élite local y nacional se decía "pecadora" por disfrutar de sus bienes materiales mientras frente a sus casas los niños morían de hambre, abandono o enfermedades, que surgió la figura de Leonor Mascayano Polanco.
Esta dama, bautizada en la parroquia de Putaendo el 10 de febrero de 1855, era hija de Ramón Mascayano Mascayano y de doña Leonor Polanco Polanco. Estaba emparentada con el presidente José Joaquín Pérez Mascayano, por ende, era parte de la élite nacional. Se casó en tres oportunidades y no tuvo hijos. En su segundo matrimonio con José Agustín Vargas Novoa (1889) quien fuera intendente de la provincia de Concepción, es que conoció la ciudad y se percató del drama de la infancia penquista. Pasaron algunos años hasta que apoyó la idea de crear una "Liga contra la tuberculosis" (1901). Un año después, seguramente tras algunas reuniones con sus amistades, alcanzó a tener el apoyo y los fondos necesarios para llevar a cabo la creación institucional de la "Sociedad Protectora de la Infancia de Concepción" (1902). En 1903 los primeros niños y niñas lograron ingresar a esta noble institución de beneficencia privada (dicho sea de paso: un rol que el Estado de Chile no había asumido). Desde entonces han sido miles los que han pasado por sus dependencias y han vivido los avatares propios de una institución que lleva  un siglo de existencia (desde 1975 depende del SENAME).
Leonor Mascayano y Pedro Villa.
Paralelamente, doña Leonor Mascayano encabezó la fundación de otras instituciones: un Hospital de Niños (1909), un Ajuar Infantil (1916), un Hogar del Ciego (1926, sin éxito por la crisis de 1929) y una Gota de Leche (1927). Ante esto, cabe preguntarse, ¿cuántos niños/as habrán sobrevivido, estudiado, y logrado ser profesionales gracias a la obra de Leonor Mascayano.
Esta dama que enviudó en 1905, volvió a casarse en 1908 con el médico penquista Pedro Villa Novoa (viudo de Ester Figueroa Guzmán, dos hijas), quedándose en nuestra ciudad donde volvió a enviudar en 1936.
Desde ese año decidió volver a la capital, lugar donde permaneció hasta el día de su deceso el 18 de enero de 1944. Su cuerpo pudo ser sepultado en la que consideraba como su segunda patria, su ciudad adoptiva, gracias a una autorización del Ministerio de Salud. Toda la comunidad penquista incluso el presidente Juan Antonio Ríos Morales lamentaron su partida. Sus restos descansan enfrente del actual Hospital Psiquiátrico de Concepción (otrora Hospital de Niños). Fueron 44 años de vida consagrada al bienestar de los niños y desvalidos, una mujer visionaria, de acción, cuyo ejemplo no debe quedar en el limbo del anonimato, ni reservado a las dos calles de Concepción y a la población de Talcahuano que la honran con su nombre, sino que debe extenderse a la acción social concreta en nuestra región, a esa que cientos de jóvenes e instituciones ciertamente hacen y con ello homologan y continúan en su accionar cotidiano - sin saberlo ciertamente - la importante labor iniciada hace 110 años por esta mujer chilena que en buen momento decidió radicarse en Concepción, así como la de varios otros filántropos y profesionales de principios del siglo XX penquista.

(c) Carlos Eduardo Ibarra Rebolledo. (c) Priscilla Rocha Caamaño. (c) Soledad González Bravo. Profesores de Historia y Geografía por la Universidad de Concepción. Esta investigación es parte de del libro de los autores titulado "Sociedad Protectora de la Infancia de Concepción: la figura de Leonor Mascayano Polanco" (2006). Concepción, Chile: Universidad de Concepción, Centro de Investigación Histórica en Estudios Regionales. 115 pp.