Para
muchos sólo forma parte de nuestro paisaje habitual. Para muchos de los que viven en su
cercanía nunca lo han visto “despierto”.
Desde hace 42 años que el volcán Calbuco (ó Quillaype) no ha generado sospechas
frente a una eventual erupción. Eso nos hace incorporarlo como un miembro
pasivo de nuestro paisaje turístico, ignorando, muchas veces, qué ha hecho
antes este hogar de los “negen winkul”
y “pillanes” mapuches, aunque sí
tenemos conciencia del potencial de una erupción de este tipo en los dramáticos
ejemplos del cordón Caulle (2011) y, peor aún, en el caso del – hasta entonces
– desconocido volcán Chaitén (2008), nuestro propio Vesubio.
Pero
para el Servicio Nacional de Geología y Minería (SERNAGEOMIN) la aparente
pasividad de nuestro eruptivo vecino no es real. El 3 de mayo último, esta
repartición pública emitió un informe donde destacaba a nuestro macizo gigante
como uno de los 10 volcanes más activos de Chile, quedando el Calbuco en el
tercer lugar. Pero, ¿qué sabemos de la historia eruptiva de esta caldera?
Según
los datos del SERNAGEOMIN y del Archivo Nacional de Volcanes (www.archivonacionaldevolcanes.cl), el Calbuco tiene un registro
histórico que se remonta a una actividad eruptiva a fines del siglo XVIII
(1792), aunque los testimonios no nos dan mucha seguridad este evento. Con más
certeza, existen estudios científicos que avalan erupciones cíclicas en tiempos
más recientes desde fines del siglo XIX hasta 1972. De este modo podemos agregar
las erupciones de 1893 – 1895, 1906 – 1907, 1909, 1911, 1917, 1929, 1932, 1945
y 1961. De todas ellas, una de las más recordadas es la de 1961, pues se asocia
generalmente a que fue una consecuencia del terremoto de 1960 que asoló el sur
de Chile.
Pero si bien fue una erupción de gran impacto visual, sus
consecuencias no son comparables con otra anterior y que ha sido olvidada por
todos: la del trienio 1893 – 1895, es decir hace 120 años atrás, descrita por
los mismos estudiosos de nuestro vecino gigante, como “la más destructiva”.
Erupción de 1961. Fotografía de Kurt Grassau. |
Buena
parte de los testimonios sobre ese evento natural se encuentran en los “Anales de la Universidad de Chile”,
publicación semestral donde se daba cuenta de los estudios sobre fenómenos
naturales que se desarrollaban en distintos puntos del territorio del país. Esa
erupción en particular había llamado la atención de varios profesionales de la
zona afectada quienes enviaron frecuentes informes a Santiago para ver los
aportes a la, por entonces, aún naciente vulcanología chilena. De entre ellos
podemos destacar las cartas e informes de Roberto Pöhlmann, Hans Steffen, Oscar
von Fischer, Osvaldo Heinrich, Alfonso Nogués y Carlos Martin. Gracias a la descripción
cronística a la vez que científica de estas personas, hoy tenemos un claro
panorama de lo que se vivió en la zona aledaña al volcán.
Según
Carlos Martin, médico residente en Puerto Montt, la erupción del Calbuco de
1893 fue antecedida por temblores, tormentas eléctricas e intensos días de
lluvia, que terminaron por provocar un aluvión que hizo trizas algunas casas
aledañas a los ríos Hueñu – Hueñu y Blanco (ladera este del volcán), haciendo
que el curso del río Petrohué aumentara en tal nivel su caudal que un vaquero
que por esos días intentó cruzarlo murió ahogado en sus aguas (enero de 1893).
No fue la peor crecida: en abril el fenómeno se repitió, esta vez como consecuencia
de la erupción del Calbuco, con consecuencias en la naturaleza así como para
quienes vivían allí, arrasando casas, chacras y ganado. Al respecto, Oscar von Fischer
señalaba: “Parece que cuando la actividad volcánica (…) alcanzó mayores
dimensiones se derritieron repentinamente los extensos campos de nieve que se
encontraban en las faldas orientales del volcán. Las aguas bajaron con tal
fuerza que en el espacio de más o menos 15 kilómetros arrastraron cuanto se
presentaba en el trayecto dejando completamente despejada una cañada que se
extiende desde el pie del volcán hasta el río Petrohué y que tiene un ancho que
varía entre 300 y 1.000 metros”.
Erupción del Calbuco de 1929. Fotografía de E. Karl. |
Otro
testimonio lo efectuó el citado Oscar von Fischer quien los días 25 y 26 de
octubre efectuó una expedición cuya misión era llegar desde Ensenada a Ralún,
pero ello le fue impedido por lo peligroso del camino y la coetánea erupción
del volcán que aún no había terminado. Von Fischer quedó impresionado con lo
que vio en el punto de inicio de su exploración: “(…) Aunque estábamos
preparados para una vista tristísima no se puede escribir la impresión de
profunda melancolía que nos causó el paisaje. Plomo y plomo todo. Suelo, casas,
piedras y palos, troncos, ramitas y hojas de los árboles y hasta el pasto, todo
estaba cubierto de un polvo plomo y finísimo. El menor viento lo levantaba, y
en el momento se nos llenaban los ojos, narices, boca y orejas produciéndose
una irritación en alto grado molesta”. Según este explorador, el estero La Poza
también generó un aluvión de proporciones destruyendo la casa y chacras de la
familia Schmincke.
Mientras
tanto los puertomontinos seguían su vida habitual – aunque atentos el fenómeno
– hasta que el 29 de noviembre de ese año el volcán Calbuco les hizo saber que
ellos no quedaban exentos de su accionar.
©
Carlos Eduardo Ibarra Rebolledo
Magister
en Historia mención Historia de Chile.